Una nueva entrada correspondiente al “Desafío
de los 30 Días”. Esta sí que es buena. Es complicado, para alguien que ha sido
tanto tiempo Máster, tener partidas en condiciones para desarrollar un
personaje. Y lo digo porque considero inherente al buen personaje la evolución.
No cuento la cantidad de one-shots
que he jugado, pues pensar que uno de estos ha sido mi favorito implicaría
afirmar que no he tenido la suerte de experimentar la enorme sensación de
cercanía, indescriptible a veces, que te da poder interpretar un concepto, un
trasfondo, un individuo, durante un tiempo determinado. Verle evolucionar,
sentir, afinar su forma de ser y enriquecerla con la tuya propia es una
experiencia inolvidable.
Afortunadamente, he tenido algunas partidas
así. No son las suficientes. No fueron lo suficientemente largas. No he podido
atrapar la esencia de mi personaje con el tiempo que desearía. Pero hay donde
elegir. Realmente, me cuesta mucho elegir entre los tres personajes que más han
influido en mí, que más me han cambiado. Porque soy tan romántico como para
pensar que un buen personaje te ayuda a ver y entender otras perspectivas,
otros puntos de vista, otras sensaciones. Pero esto es otro tema del que no
hablaré. Si tuviese que elegir un pódium, sería el de las Tres D: Dáris, Datt y Darry. Optaré por el segundo por ser mi
primer personaje como jugador en una campaña larga, con ciertas pretensiones.
Cuando aún era novato y no me preocupaba por las reglas. Cuando no tenía que
esquivar las cadenas que te echan encima de eso llamado interpretación.
Datt era un personaje creado para Dungeons
and Dragons (si no digo lo contrario, todo lo expuesto en anécdotas y momentos
pertenece a este juego). Concretamente, era un hechicero humano. Hablando con
el Máster tuve la opción de tener un dragón como familiar, lo cual no me hizo
mucho más poderoso, pues esto era algo interpretativo; me daba un conjuro
diario más de cada nivel, pero el pobre no tenía ni atributos. Le bauticé con
el nombre de Prich, en honor a mi hámster, fallecido un par de años atrás, y al
que le había cogido mucho cariño. Yo tenía 17 años en estos momentos, y llevaba
un par de años dirigiendo con muchas lagunas sin hacerlo. Había acabado una
sola campaña y ahora me disponía a realizar mi primera partida como jugador.
El joven Datt era un chico bastante jovial,
atento y de buen corazón. Hablaba con mucha tranquilidad y nunca se enfadaba
con el resto, pues creía en las oportunidades, en los errores y en las propias
carencias de las que disponíamos los mortales. Era un ferviente defensor de
todas las divinidades, a las que consideraba estructuradas en un orden que
tenía como fin último la preservación del mundo que ellas mismas habían creado,
independientemente de que fuesen malvadas o buenas. Creía, por tanto, en el equilibrio
de las cosas, aunque siempre tuvo el afán idealista de alcanzar un mundo donde
las buenas acciones superasen a las malas. Era de físico muy escueto, delgado,
de pelo negro y corto, pero atractivo a su manera, con unos profundos ojos
verdes llenos de vida. Es describirle y emocionarme a más no poder.
El pasado de Datt era muy turbulento. Sus
padres murieron muy jóvenes y fue adoptado por una pareja de ancianos que
descubrieron en él la magia. El reino donde vivía tenía muchísimo recelo hacia
aquellos que tenían la magia de los dragones en su interior, por lo que
protegían a los magos (a los que podían controlar) y prohibían a los hechiceros
cualquier manifestación de su poder. Mientras un pequeño Datt se interesaba por
la magia y las antiguas historias, por todo tipo de conocimientos y lecturas,
sus padres adoptivos intentaban proteger un poder que, por alguna extraña
razón, crecía y se manifestaba descontroladamente. Finalmente sería
descubierto, sus padres enjuiciados y sentenciados. El pobre Datt logró escapar
con tan solo doce años y se dedicó a buscarse la vida como pudo. No habría
sobrevivido sino hubiese sido por Yonin.
Yonin era un hábil ladrón bastante mayor en
edad (un elfo tiene más edad que un humano aunque ambos estén en la misma fase
de desarrollo). Descarado, gracioso y con ciertos aires de grandeza, acogió a
Datt en su seno y le protegió de la vida de la calle. Ambos aprendieron uno del
otro y forjaron una gran amistad con el paso de los años. Yonin llevaba la
marca del elfo desterrado; su piel era aceitunada, llena de extrañas marcas. En
muchas ocasiones, sus métodos no eran los correctos para mi hechicero, y aunque
la convivencia y la amistad unían por encima de todo, siempre vieron el futuro
de forma diferente. En estos momentos Datt seguía con su poder descontrolado,
pero poco a poco fueron labrándose un nombre como mercenarios, hasta el punto
de lograr lo que buscaban: contactar con los propios dioses. Sin embargo, Yonin
para este caso se había enamorado de una joven y atractiva elfa. Ambos
planeaban casarse. Datt encontró la fórmula de acceder al conocimiento más
profundo que ese mundo podía ofrecerles, un poder que les permitiría
convertirse en guardianes del secreto más temido por los propios dioses, lo que
les concedería un poder inimaginable; en el caso de Datt, para salvaguardar el
mundo que tanto quería proteger. En el de Yonin…ninguno. El joven elfo dijo que
quería formar una familia, que todo aquello no tenía más sentido. El propio
hechicero era alguien ya poderoso, podría proteger el plano con sus propias
manos sin atender a las plegarias de los propios dioses, sin ponerse a su
servicio.
Datt logró convencer a Yonin. El segundo, más
por su amistad que por otra cosa, decidió acometer ese último viaje junto a él.
Este fue el único momento en que el hechicero sucumbió a su necesidad de
acceder a ese poder, a esos secretos. Aunque su motivación era noble, los
sacrificios que acometió fueron desastrosos para ambos. Sin poder dar marcha
atrás, Yonin vio como su responsabilidad y sacrificio para proteger el mundo se
llevaba consigo a la mujer que tanto había amado. A Datt se le concedió la
oportunidad de ser inmortal y poderoso, pero era un sacrificio mucho mayor de
lo pensado: viviría con el amargo dolor de haberle quitado a su amigo lo que
este más quería.
Os he contado, a grandes rasgos, el trasfondo
y la aventura. Jugamos dos periodos: el momento en que ambos eran chavales
(venían más jugadores con nosotros) y, luego, el instante en que deciden
ponerse en marcha una vez son ambos poderosos, con bastante más nivel a sus
espaldas y desafíos mayores. Mi Máster en ese momento, Mario, hizo una partida
cojonuda. La mejor que ha hecho, y la única que ha acabado. Me gustó tanto que
usé a ambos personajes a modo de crossver en la trilogía en forma de tres
campañas que dirigí hace poco en Anthara, aunque cambié ligeramente algunas
cosas. Lo grandioso de este personaje no fue lo complejo del mismo: fue
observar como esa ficha con números cambiaba de forma de ser, crecía junto a
mí, se ajustaba a lo que yo veía y viceversa. En algunos momentos me sentía
realmente como Datt, y comencé a implementar parte de mis sentimientos y
vivencias en él. Fue una experiencia fascinante e irrepetible. Fueron meses y
meses llenos de risas, buenos momentos, y fue la primera vez que descubrí lo
que era estar delante de la pantalla. Lo que los jugadores sienten con una
buena historia. Y aunque echo ese sentimiento de menos, tampoco me arrepiento
de haber cogido mi camino como Máster. Sé que tarde o temprano encontraré una
partida que me permita lo mismo.
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